
La amalgama dental es un material de obturación utilizado para rellenar cavidades causadas por caries, compuesto por mercurio elemental líquido mezclado con una aleación metálica pulverizada de plata, estaño y cobre. Aproximadamente el 50% de la amalgama es mercurio elemental en peso, cuya química le permite reaccionar y unir las partículas de aleación para formar una masa sólida dentro del diente. Introducida en la práctica odontológica moderna en el siglo XIX, la amalgama se consolidó como material restaurador de elección durante más de 150 años por su bajo costo, facilidad de uso, alta resistencia y durabilidad. Ha sido empleada en cientos de millones de pacientes en todo el mundo, especialmente para restaurar dientes posteriores afectados por caries dental, contribuyendo a restablecer la función masticatoria y la integridad de la restauración dental perdida. Aunque en la odontología actual su uso ha disminuido en favor de materiales estéticos, la amalgama sigue siendo importante en ciertos contextos clínicos por sus cualidades técnicas y su historial de eficacia.
La amalgama dental se obtiene al mezclar aproximadamente partes iguales (en peso) de mercurio líquido con una aleación metálica en polvo pre-dosificada. Dicha aleación suele contener principalmente plata, estaño y cobre, además de pequeños porcentajes de otros metales (como zinc en algunas fórmulas). En la amalgama convencional (formulación clásica estándar hasta fines del siglo XX) la aleación presentaba típicamente alrededor de un 65% de plata, 25–30% de estaño y una proporción menor de cobre (5–8%), junto con trazas de zinc u otros metales. En las amalgamas modernas de alta concentración de cobre (introducidas después de 1970–1980), la composición metálica se modificó aumentando el cobre hasta 12–30% y ajustando la plata (40%) y estaño (30%). Este cambio eliminó casi por completo la fase llamada gamma-2 (un compuesto de estaño-mercurio) responsable de la corrosión y debilidad en las amalgamas antiguas, mejorando su resistencia a la corrosión y sus propiedades mecánicas. Tras la trituración (amalgamación) y fraguado, la masa resultante de amalgama contiene aproximadamente un 50% de mercurio elemental en su estructura y el 50% restante corresponde a la matriz sólida de aleaciones intermetálicas que se forman.
La amalgama inicia como una pasta maleable de color plateado-gris que va endureciendo progresivamente tras su colocación. Durante la mezcla, el mercurio reacciona con la aleación formando fases cristalinas: principalmente la fase gamma-1 (una matriz de plata-mercurio, Ag<sub>2</sub>Hg<sub>3</sub>) y, en amalgamas con bajo cobre, la fase gamma-2 (estaño-mercurio, Sn<sub>7-8</sub>Hg) junto a posibles fases de cobre-estaño (eta’ Cu<sub>6</sub>Sn<sub>5</sub> en amalgamas ricas en cobre). Una vez fraguada, la amalgama es esencialmente un material metálico poroso con alta resistencia a la compresión (del orden de 300–450 MPa, comparable o superior a la de otros materiales dentales directos) pero menor resistencia a la tracción y flexión. Presenta un ligero aumento dimensional (0,1%) horas después del fraguado debido a la cristalización, lo que ayuda a sellar en parte la interfase con el diente. Su dureza y resistencia al desgaste la hacen adecuada para soportar las fuerzas masticatorias en molares y premolares. No obstante, la amalgama es opaca y de color plateado, factor que la vuelve poco estética en comparación con restauraciones de resina compuesta o cerámica. Además, tiene alta conductividad térmica, por lo que en cavidades profundas se suele colocar una base o aislamiento para proteger la pulpa dental de cambios de temperatura. A diferencia de las resinas compuestas, la amalgama no polimeriza por reacción orgánica sino que solidifica por cristalización metálica, liberando calor mínimo y alcanzando su dureza máxima varias horas después de la colocación (motivo por el cual tradicionalmente se indicaba el pulido en una cita posterior).
Debido a su naturaleza metálica, la amalgama exhibe comportamiento plástico bajo carga constante en boca: con el tiempo puede ocurrir fluencia o creep, una deformación lenta bajo las fuerzas masticatorias que puede hacer que el material sobresalga ligeramente de la cavidad y forme bordes débiles. Este fenómeno se acentúa en amalgamas con fase gamma-2 abundante (baja en cobre), ya que dicha fase de estaño-mercurio es la más propensa a la deformación plástica. Las amalgamas de alto cobre reducen la gamma-2 y por tanto muestran menores valores de creep y mejor integridad marginal. Por otro lado, la amalgama es un material multi-fase susceptible a la corrosión electroquímica en el ambiente oral: la saliva actúa como electrolito y pueden generarse pares galvánicos entre las distintas fases (por ejemplo, la fase gamma-2 actúa como ánodo y se corroe liberando productos de corrosión y algo de mercurio). Esta corrosión superficial, si bien puede oscurecer el empaste, en algunos casos libera óxidos y cloruros metálicos que terminan sellando microespacios entre la amalgama y el diente, disminuyendo la microfiltración de bacterias. Sin embargo, una corrosión excesiva (especialmente en amalgamas antiguas con mucho estaño) puede debilitar la restauración y manchar tejidos adyacentes. En cuanto a la biocompatibilidad, la amalgama dental es considerada generalmente bioinerte a nivel local: no provoca reacción inflamatoria significativa en la dentina o pulpa subyacente, más allá de una leve pulpotomía reversible inicial en cavidades muy profundas si no se coloca una base protectora. Un porcentaje muy pequeño de la población (<<1%) puede presentar reacciones de hipersensibilidad o lesiones lichenoides locales en contacto con amalgamas, las cuales remiten al reemplazar el material. En términos sistémicos, la amalgama libera pequeñas cantidades de mercurio en forma de vapor y iones metálicos (ver sección siguiente), pero numerosos estudios clínicos y epidemiológicos han encontrado que en pacientes sanos estas exposiciones están por debajo de los umbrales asociados a efectos adversos, por lo que se considera un material seguro y bien tolerado en la gran mayoría de individuos. Su larga trayectoria de uso clínico exitoso respalda su durabilidad: las restauraciones de amalgama suelen tener una vida útil mayor que las de resina en cavidades extensas, con tasas de fracaso (refractura o caries recurrente) más bajas a largo plazo. Estudios controlados en niños, por ejemplo, mostraron que las obturaciones de amalgama presentaron menor necesidad de reemplazo que las de materiales estéticos equivalentes en un seguimiento de varios años. No obstante, en preparaciones pequeñas donde se puede conservar más estructura sana, o en zonas estéticas, las resinas compuestas u otros materiales son preferibles, pues la amalgama requiere eliminar más tejido sano para lograr retención mecánica y su color metálico resulta desfavorable.
El fraguado de la amalgama es el resultado de reacciones químicas de disolución y cristalización entre el mercurio y los metales de la aleación en polvo. Al triturarse, el mercurio líquido disuelve la capa superficial de las partículas de plata, estaño y cobre, formando nuevas fases intermetálicas que precipitan en forma de cristales que van endureciendo la mezcla. Durante los primeros minutos, la amalgama permanece plástica y puede condensarse y tallarse; luego inicia su endurecimiento progresivo por crecimiento de cristales en la matriz metálica. En amalgamas convencionales (baja en cobre) se forman principalmente cristales de Ag<sub>2</sub>Hg<sub>3</sub> (fase gamma-1, que actúa como matriz resistente) y Sn<sub>7-8</sub>Hg (fase gamma-2, más blanda y reactiva), quedando también partículas originales sin reaccionar (Ag<sub>3</sub>Sn, fase gamma) embebidas en la matriz. En las amalgamas con alto contenido de cobre, el cobre reacciona preferentemente con el estaño para generar fases de Cu-Sn (ej. Cu<sub>6</sub>Sn<sub>5</sub>, fase eta’), consumiendo el estaño libre y evitando así la formación de la deleterea fase gamma-2 de Sn-Hg. El resultado final es una estructura de matriz metálica compleja en la que coexisten cristales de Ag-Hg, Ag-Sn (remanentes no reaccionados) y Cu-Sn (en amalgamas de alto Cu), unidas por áreas de mercurio residual solidificado. Esta estructura tipo metal-matriz confiere a la amalgama su rigidez y estabilidad dimensional característica. Durante la cristalización, aproximadamente la mitad del mercurio añadido reacciona químicamente; el resto queda atrapado físicamente en la red metálica o en forma de pequeños glóbulos dispersos que, una vez endurecido el material, ya no están libres.
A temperatura ambiente, el mercurio elemental posee una ligera presión de vapor, por lo que las restauraciones de amalgama emiten trazas de vapor de mercurio continuamente. Esta emisión es muy baja y se incrementa transitoriamente durante la masticación, el cepillado dental o el bruxismo, debido al desgaste y calentamiento superficial. También procesos de corrosión pueden liberar iones metálicos (mercurio, plata, cobre, estaño) hacia la saliva. La cantidad de mercurio liberada típicamente es mínima: se estima que una persona con varias amalgamas puede absorber en promedio entre 2 a 17 µg de mercurio por día debido a sus empastes, según mediciones intraorales realizadas en condiciones normales. La Organización Mundial de la Salud ha señalado que las amalgamas dentales constituyen una de las principales fuentes de exposición al mercurio en la población general, pero usualmente a niveles muy bajos. Para ponerlo en contexto, una amalgama dental contiene entre 120 y 570 mg de mercurio total, de los cuales solo una fracción ínfima se libera diariamente. Estudios clínicos y toxicológicos no han encontrado evidencia concluyente de que estas bajas dosis crónicas tengan efectos sistémicos adversos en individuos sanos. El mercurio elemental liberado puede ser inhalado y absorbido en pulmón en pequeñas cantidades; una vez en el organismo, se oxida a mercurio inorgánico y tiende a acumularse principalmente en riñones y en menor medida en el cerebro. A diferencia del metilmercurio (forma orgánica presente en pescados), el mercurio de amalgama (forma elemental/inorgánica) cruza pobremente la barrera hematoencefálica y placenta, y su eliminación ocurre mayormente por vía renal. No se ha demostrado aumento en la incidencia de enfermedades neurológicas, renales o inmunológicas asociado al mercurio de las amalgamas en la población general. Sin embargo, grupos de pacientes vulnerables podrían ser más susceptibles a cualquier exposición al mercurio: fetos en gestación, niños pequeños, pacientes con enfermedad renal crónica o alergia confirmada a metales. Por precaución, agencias como la FDA de EE. UU. han recomendado minimizar la colocación de nuevas amalgamas en mujeres embarazadas, madres lactantes, niños muy pequeños y personas con afecciones de salud particulares, siempre que existan alternativas adecuadasa estos casos, y ante la ausencia de datos definitivos sobre efectos de largo plazo en dichas poblaciones sensibles, muchos clínicos optan por materiales libres de mercurio cuando es factible. Cabe destacar que retirar empastes de amalgama intactos en pacientes embarazadas o vulnerables no está rutinariamente indicado, ya que el procedimiento de remoción en sí puede provocar una liberación elevada y aguda de vapor de mercurio; es preferible dejarlos en boca si están en buen estado, hasta que haya una indicación clara para reemplazarlos.
La amalgama, al no adherirse químicamente al diente, depende de la retención mecánica. Esto implica que el diseño cavitario debe incluir paredes con ángulo de 90° y socavados (undercuts) que eviten la expulsión de la obturación. En cavidades amplias, a veces se utilizan clavijas o pins metálicos atornillados en dentina para mejorar la retención. La presencia de la amalgama en contacto con la estructura dentaria no genera reacciones de rechazo; por el contrario, con el tiempo los productos de corrosión pueden penetrar ligeramente en los túbulos dentinarios superficiales formando una capa de sellado que reduce la filtración marginal de microorganismos. Este fenómeno puede conferir a las amalgamas una cierta actividad anticaries pasiva, ya que iones metálicos como la plata y el cobre tienen efectos bacteriostáticos que inhiben en parte el crecimiento de bacterias en la interfase diente-restauración. No obstante, si ocurre filtración y caries recurrente, esta suele avanzar por debajo de la amalgama sin ser visible externamente, lo que exige un buen control radiográfico y clínico periódico de las restauraciones. Algunos pacientes refieren sensibilidad postoperatoria transitoria al frío o al calor tras la colocación de amalgamas, generalmente atribuible a cambios térmicos transmitidos a la pulpa o a microfiltración inicial antes del sellado por corrosión; suele manejarse con barnices o bases aislantes al momento de la colocación. En raros casos, la presencia de diferentes metales en boca (por ejemplo, una corona de oro tocando una amalgama opuesta) puede generar una pequeña corriente galvánica percibida como sabor metálico o ligero choque eléctrico, fenómeno poco común y que tiende a disminuir con la formación de productos de corrosión sobre el metal.
La principal preocupación científica de la amalgama ha sido su componente de mercurio. A lo largo de décadas se han realizado numerosos estudios epidemiológicos comparando grupos con muchas amalgamas vs. sin amalgamas, sin encontrar diferencias significativas en tasas de enfermedad de Alzheimer, esclerosis múltiple, trastornos renales o cognitivos atribuibles al mercurio dental. Ensayos clínicos controlados en niños (de 5 a 7 años de seguimiento) no hallaron efectos neuroconductuales adversos en aquellos tratados con amalgamas frente a resinas, más allá de la mayor excreción urinaria de mercurio en el grupo con amalgama, la cual permaneció dentro de rangos considerados seguros. Estos hallazgos respaldan la seguridad de la amalgama en pacientes generales. No obstante, por razones de salud pública y ambientales (ver siguiente sección), en la última década se ha promovido a nivel mundial una reducción progresiva del uso de amalgama. La Convención de Minamata sobre el Mercurio (tratado internacional de 2013 respaldado por la OMS) busca disminuir todas las fuentes de mercurio, incluyendo la amalgama dental, recomendando a los países signatarios establecer metas para reducir su utilización y adoptar medidas como fomentar materiales alternativos, programas de prevención de caries y mejorar el manejo de residuos de mercurio. Este giro político no se debe a nuevos hallazgos de toxicidad en pacientes (de hecho, la comunidad científica en general sigue considerando a la amalgama un material seguro en uso clínico), sino a la necesidad global de minimizar la liberación de mercurio al medio ambiente y exposición ocupacional a largo plazo.
El uso de amalgama dental se considera principalmente en restauraciones de dientes posteriores (molares y premolares) con caries extensas o cargas masticatorias elevadas, donde se busca máxima durabilidad. Tradicionalmente, era el material de elección para obturaciones de clases I y II de Black (superficies oclusales y proximales en posteriores). Hoy día su indicación se ha restringido en ciertas poblaciones (niños, embarazadas) y en zonas estéticas visibles del frente anterior, donde se prefieren resinas compuestas u otros materiales estéticos. No obstante, sigue siendo útil en casos de difícil aislamiento (por ejemplo, cavidades subgingivales) donde las resinas podrían fallar por humedad, o en pacientes con caries recurrente muy activa, dado que la amalgama es más tolerante a entornos húmedos durante su colocación y sus iones metálicos pueden ayudar a inhibir bacterias. Antes de proceder, el odontólogo realiza un diagnóstico radiográfico y clínico de la lesión cariosa; si determina que la restauración con amalgama es adecuada, explicará al paciente los pros y contras (durabilidad vs. estética, presencia de mercurio, etc.) y obtendrá su consentimiento, especialmente en la actualidad donde muchos pacientes preguntan por alternativas.
Para la colocación de una amalgama es fundamental un buen aislamiento relativo del diente. Aunque el material no requiere un entorno completamente seco (a diferencia de las resinas adhesivas), la presencia de saliva puede interferir en la compactación y en las propiedades de algunas aleaciones con zinc (el contacto con humedad durante la mezcla del zinc puede causar expansión retrasada). Por ello se recomienda colocar un dique de goma cuando es posible, o en su defecto usar rollos de algodón y succión para mantener la zona lo más seca posible. El diente cariado se anestesia localmente si la cavidad es profunda, y luego se procede a la preparación cavitaria: se elimina todo el tejido cariado con fresas y curetas, conformando una cavidad con paredes lisas y ángulos definidos. A diferencia de las restauraciones adhesivas, la cavidad para amalgama debe incluir retenciones mecánicas: el fondo suele hacerse convergente hacia oclusal (ligeramente más ancho internamente que en la abertura) para que la amalgama no se desprenda. Si la destrucción coronal es muy amplia (por ejemplo, pérdida de una cúspide entera), pueden colocarse retenedores auxiliares como fosetas retentivas o pernos dentinarios para anclar la amalgama. Es habitual aplicar un forro cavitario (base de hidróxido de calcio, ionómero de vidrio u otro material) si la dentina remanente es muy delgada sobre la pulpa, con el fin de proteger el tejido pulpar del mercurio fresco y de la conductividad térmica del metal. También puede aplicarse un barniz sellador de cavidad (barniz de copal) sobre la dentina para reducir filtraciones inmediatas.
Las amalgamas modernas vienen en presentaciones encapsuladas pre-dosificadas, que contienen la cantidad precisa de polvo de aleación y mercurio separados por un delgado sello. Justo antes del uso, la cápsula se activa (rompiendo la membrana interna que separa el mercurio) y se coloca en un aparato llamado amalgamador mecánico, que agita la cápsula a alta velocidad por unos segundos. Esta agitación intensa mezcla el mercurio con el polvo metálico, iniciando la reacción de amalgamación. El resultado es una pasta metálica brillante y plástica llamada amalgama fresca. El operador abre la cápsula y recoge la amalgama con un porta-amalgama, comprobando su consistencia: si la mezcla quedó muy seca y granulosa (subtriturada) o demasiado líquida y brillante (sobretriturada), puede ser descartada por no tener propiedades óptimas. Con la amalgama en punto, se llevan porciones de la pasta dentro de la cavidad preparada.
Utilizando instrumentos condensadores manuales (de distintos tamaños según la extensión de la cavidad), el operador compacta firmemente la amalgama dentro de la cavidad en pequeños incrementos. La condensación vigorosa es crucial para eliminar posibles burbujas de aire, asegurar que la amalgama fluya hacia todos los rincones de la cavidad y expulse el exceso de mercurio hacia la superficie. A medida que se agrega más amalgama, se va sobreobturando ligeramente la cavidad. Una vez llenada por completo con material, se utilizan hojas de carver o recortadores (ej. legras, cinceles) para tallar la anatomía dental oclusal antes de que la amalgama endurezca por completo. El odontólogo esculpe surcos y fosas reproduciendo la forma original de la cúspide o superficie dental, y elimina el excedente en los bordes para que no queden rebabas. En cavidades proximales (Clase II), se emplean matrices metálicas y cuñas de madera durante la condensación para reconstruir la pared faltante y generar un punto de contacto adecuado con el diente vecino; luego se retira la matriz antes de tallar. El tallado debe completarse en los primeros minutos, mientras la amalgama aún tiene maleabilidad suficiente para ser recortada pero ya ofrece resistencia a la deformación.
La amalgama comienza a endurecer significativamente a los 5–10 minutos de colocada, permitiendo retirar el dique de goma y ajustar la oclusión (mordida) del paciente con papel articular; sin embargo, su fraguado completo tarda varias horas. Se indica al paciente morder con cuidado y evitar ejercer fuerzas excesivas sobre esa restauración durante las primeras 24 horas. Tradicionalmente, en una cita subsecuente (al día siguiente o dentro de la semana) se realiza el pulido de la amalgama ya endurecida: con fresas y copas abrasivas finas se alisa y abrillanta la superficie del empaste. El pulido elimina asperezas y bordes microscópicos, reduciendo la acumulación de placa bacteriana y la corrosión superficial, lo que prolonga la vida de la restauración. En amalgamas de alto cobre, que fraguaban más rápidamente, algunos clínicos efectúan un pre-pulido en la misma sesión inmediatamente después del tallado, aunque un pulido diferido sigue siendo recomendado para lograr máxima densificación de la superficie.
La extracción de una amalgama antigua (ya sea por filtración, fractura, motivos estéticos o indicación del paciente) debe realizarse siguiendo protocolos de protección para minimizar la exposición al mercurio tanto del paciente como del personal dental. Se aísla el diente con dique de goma para evitar la ingestión de fragmentos y se utiliza succión de alta potencia constantemente cerca del sitio de corte. La amalgama suele retirarse con fresa diamantada o carburo bajo refrigeración abundante con agua, para disminuir la generación de calor y vapor de mercurio. Una técnica recomendable es seccionar la restauración en fragmentos grandes que puedan extraerse enteros, en lugar de desgastar todo el material a polvo, así se libera menos partícula fina de mercurio. Tanto el paciente como el equipo dental deben usar mascarillas apropiadas (idealmente con filtro especial para mercurio en el caso del operador) y mantener buena ventilación del ambiente. Los residuos de amalgama recogidos (trozos y polvo aspirado) se almacenan en contenedores designados para residuos mercuriales; está prohibido desechar amalgama por el desagüe o basura común. En muchos países se exige instalar separadores de amalgama en las unidades dentales para filtrar estos residuos del agua residual de la clínica. Tras remover una amalgama, la cavidad resultante puede restaurarse con otro material (a menudo resina compuesta, si las condiciones lo permiten, o nueva amalgama si sigue indicada). Es importante informar al paciente que la mera retirada preventiva de amalgamas en buen estado (para “eliminar el mercurio del cuerpo”) no es recomendada por las asociaciones odontológicas, ya que la extracción en sí puede exponer a mayor mercurio transitoriamente que dejar la restauración intacta. Solo se deben reemplazar amalgamas por indicación clínica justificable (caries recurrente, fractura, defecto marginal, o razones terapéuticas específicas).
En años recientes, el uso de la amalgama dental se ha visto envuelto en debates regulatorios, investigaciones sobre materiales alternativos y consideraciones ambientales. Varios países han implementado restricciones: por ejemplo, su utilización está prohibida completamente desde 2008 en naciones escandinavas como Suecia, Noruega y Dinamarca. La Unión Europea, a través del Reglamento de Mercurio (2017), prohibió a partir de julio de 2018 la colocación de nuevas amalgamas en niños menores de 15 años, mujeres embarazadas o en período de lactancia, salvo en casos de estricta necesidad médica. Asimismo, la UE y otros países exigen medidas de manejo ecológico, clasificando a los residuos de amalgama como desechos peligrosos que deben ser recogidos por separadores y dispuestos adecuadamente. Estas regulaciones responden principalmente a compromisos ambientales internacionales (Convención de Minamata) para reducir la liberación de mercurio al ecosistema. La incineración de cadáveres con empastes de amalgama, la eliminación inadecuada de residuos dentales y las aguas residuales de clínicas sin filtros contribuyen a la contaminación por mercurio, por lo que las políticas actuales fomentan la transición hacia materiales libres de mercurio en odontología.
Paralelamente, las principales organizaciones odontológicas han emitido lineamientos sobre la amalgama. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Dental Internacional (FDI) apoyan un “enfoque de reducción gradual” (phase down) en el uso de amalgama: se promueve fortalecer la prevención de caries, optimizar la salud bucal pública y adoptar materiales alternativos cuando sea factible, especialmente en poblaciones vulnerables, más que una prohibición abrupta que pudiera afectar la atención en entornos con recursos limitados. La Asociación Dental Americana (ADA) y otras entidades profesionales siguen afirmando que la amalgama es un material clínicamente efectivo y seguro para la mayoría de pacientes, respaldado por décadas de investigación, y destacan que remover empastes sanos innecesariamente no está indicado. No obstante, estas organizaciones se han alineado con las recomendaciones de los entes regulatorios: por ejemplo, la ADA apoya las guías de la FDA que aconsejan considerar opciones sin mercurio en embarazadas, niños pequeños y personas con alergias o trastornos médicos específicos, como medida de precaución. En América Latina, las autoridades sanitarias de muchos países (a menudo en coordinación con la OPS/OMS) han comenzado a implementar las recomendaciones de Minamata: se fomentan programas de odontología preventiva, capacitación en el uso de resinas y cementos de ionómero de vidrio como sustitutos, y normativas para el correcto desecho de amalgamas. Algunos países latinoamericanos han fijado metas para eliminar paulatinamente las amalgamas en poblaciones pediátricas y en sistemas de salud pública, mientras aseguran que las alternativas restauradoras estén disponibles y sean costeables en sus regiones.
El desarrollo y mejora de nuevos materiales dentales ha acelerado el desplazamiento de la amalgama en muchas prácticas. Las resinas compuestas (obturaciones estéticas del color del diente) han mejorado notablemente en las últimas décadas en cuanto a resistencia, manejo y longevidad, volviéndose la primera elección para restauraciones pequeñas y medianas. Si bien históricamente las resinas tenían mayor riesgo de filtración y desgaste, las formulaciones actuales de composite, usadas con técnicas adhesivas adecuadas, pueden acercarse a la longevidad de la amalgama en ciertos casos, con la ventaja de requerir cavidades más conservadoras y proporcionar mejor estética. Otros materiales como los cementos de ionómero de vidrio y compómeros ofrecen la liberación de flúor y adherencia química al diente, siendo útiles en restauraciones temporales, lesiones radiculares o como base debajo de otras restauraciones, aunque su resistencia es inferior a la de la amalgama. Para reconstrucciones mayores, las restauraciones indirectas (incrustaciones de porcelana o composite, coronas de cerámica, etc.) proporcionan excelente durabilidad y estética, eliminando totalmente el uso de mercurio, aunque implican procedimientos más complejos y costosos. La elección del material depende de numerosos factores: tamaño y ubicación de la caries, control de humedad, oclusión del paciente, edad, consideraciones estéticas y costo. En entornos con equipamiento limitado o en pacientes con higiene deficiente, la amalgama aún puede superar a las resinas en desempeño, gracias a su relativa simplicidad de técnica (no requiere grabados ácidos ni capas adhesivas) y menor sensibilidad a la humedad durante la colocación. Sin embargo, la tendencia global apunta a que la amalgama quede reservada para situaciones puntuales, mientras los biomateriales dentales continúan avanzando.
La investigación contemporánea explora alternativas que combinen las ventajas de la amalgama sin sus inconvenientes. Se ha experimentado con aleaciones sin mercurio (por ejemplo, a base de galio) para obtener materiales de obturación metálicos que fraguasen similar a la amalgama; no obstante, problemas de expansión, costo y manipulación han impedido su adopción clínica generalizada. También han surgido técnicas como la amalgama adherida, donde se emplean sistemas adhesivos dentinarios junto con amalgama fresca para intentar unirla al diente, mejorando el sellado marginal. Si bien estudios de laboratorio mostraron reducción de microfiltración con amalgamas adhesivas, las evidencias clínicas no han demostrado ventajas contundentes en longevidad que justifiquen el costo y complejidad añadidos, por lo que la técnica no es de uso rutinario general. En materia de seguridad, actualmente la mayoría de consultorios disponen de cápsulas selladas y sistemas mecanizados de mezcla, lo que ha reducido dramáticamente la exposición ocupacional del dentista a vapores de mercurio comparado con la era en que se manipulaba mercurio suelto manualmente. Asimismo, se insiste en políticas de salud ambiental: varios países latinoamericanos ya exigen que las clínicas cuenten con contenedores específicos para desechar amalgamas y se ha prohibido su uso cuando no sea estrictamente necesario en infantes y embarazadas.
En conclusión, la amalgama dental representa un material clásico y resiliente en odontología, con un desempeño clínico sólido avalado por más de un siglo de uso. Su definición técnico-científica abarca una aleación mercurio-metálica única, con propiedades que la hicieron predominante durante décadas en la restauración de caries. Si bien la práctica odontológica moderna se inclina hacia materiales estéticos y libres de mercurio, la amalgama continúa vigente en ciertos escenarios gracias a su relación coste-beneficio y durabilidad. El equilibrio entre conservar sus beneficios y atender a las preocupaciones ambientales y de salud ha conducido a una transición cuidadosa: la profesión odontológica, guiada por la evidencia científica y las recomendaciones de organismos como la OMS, la ADA y la FDI, avanza hacia un futuro con odontología restauradora más segura, estética y sostenible, donde la amalgama ocupará un lugar cada vez más acotado pero siempre significativo en la historia y ciencia dental.
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