
El bruxismo es un hábito parafuncional caracterizado por el apretamiento, frotamiento o rechinamiento involuntario de los dientes, generalmente durante el sueño o en períodos de concentración o estrés, que puede provocar desgaste dental, trastornos temporomandibulares y cefaleas, asociado frecuentemente a factores psicológicos, oclusales y neurológicos.
Este fenómeno neuromuscular representa una de las parafunciones orales más prevalentes, afectando aproximadamente al 8-31% de la población adulta y constituyendo un desafío significativo para la odontología moderna debido a sus efectos deletéreos sobre los tejidos dentales, el periodonto y el sistema estomatognático en general. Su naturaleza multifactorial y sus diversas manifestaciones clínicas exigen un abordaje interdisciplinario que integre aspectos odontológicos, psicológicos y médicos.
El bruxismo se clasifica primariamente según su patrón de presentación temporal en dos variantes que difieren significativamente en su fisiopatología y manejo:
El bruxismo del sueño, anteriormente denominado nocturno, ocurre durante el periodo de descanso y se caracteriza por episodios de contracción rítmica de los músculos masticatorios (principalmente maseteros) que generan sonidos de rechinamiento identificables incluso por terceros. Su prevalencia estimada oscila entre 8-16% en adultos, con predominio ligeramente superior en mujeres. Este tipo se asocia principalmente con microdespertares durante el sueño, ocurriendo predominantemente en fases 1 y 2 del sueño no-REM y durante transiciones entre distintas fases del ciclo de sueño.
El bruxismo diurno o de vigilia se manifiesta como apretamiento dental sostenido durante el estado consciente, generalmente asociado a situaciones de concentración, estrés emocional o esfuerzo físico intenso. A diferencia del bruxismo del sueño, raramente produce sonidos audibles y el paciente suele tener cierto grado de consciencia sobre su ocurrencia. Su prevalencia estimada es del 20-25% en población adulta, siendo más común en mujeres.
Recientemente, literatura especializada ha propuesto una tercera categoría denominada bruxismo mixto, que afecta aproximadamente al 5-8% de los pacientes bruxómanos, quienes experimentan ambas manifestaciones circadianas, presentando potencialmente mayor riesgo de daño tisular acumulativo.
La comprensión actual del bruxismo ha evolucionado desde teorías exclusivamente oclusales hacia un modelo multifactorial con predominancia de factores centrales:
El diagnóstico del bruxismo representa un desafío clínico debido a su naturaleza frecuentemente inconsciente y la variabilidad de sus manifestaciones. Los consensos internacionales actuales establecen categorías diagnósticas jerarquizadas:
La evaluación integral debe incluir análisis funcional del sistema estomatognático, valorando rangos de movimiento mandibular, patrones de desgaste dental, presencia de dolor orofacial o disfunción de la articulación temporomandibular, además de screening de trastornos del sueño comórbidos como apnea obstructiva o síndrome de piernas inquietas.
Las consecuencias del bruxismo crónico se manifiestan en múltiples estructuras del sistema estomatognático:
A nivel dentario, el signo más característico es el desgaste atípico, manifestado como facetas brillantes, frecuentemente en áreas no funcionales, con correspondencia exacta en antagonistas. La severidad puede clasificarse mediante índices como el de Smith y Knight, que evalúa pérdida de anatomía oclusal, exposición dentinaria y reducción de altura coronal. En casos severos puede observarse exposición pulpar, hipersensibilidad dentinaria generalizada o colapso vertical de la dimensión oclusal posterior.
El componente muscular evidencia hipertrofia maseterina (frecuentemente asimétrica), mialgia localizada que puede irradiarse como cefalea temporal o cervicalgia, y limitación de apertura bucal matutina por contractura protectiva. La electromiografía muestra actividad tónica elevada incluso en reposo y alteración de los patrones de coordinación agonista-antagonista durante función masticatoria normal.
Las repercusiones articulares incluyen desde clicks recíprocos por desplazamiento discal con reducción hasta osteoartrosis degenerativa temporomandibular en casos crónicos severos. La compresión articular sostenida durante episodios prolongados de apretamiento puede generar isquemia transitoria y liberación de mediadores inflamatorios intracapsulares, perpetuando ciclos de dolor-espasmo-dolor.
El periodonto sufre sobrecarga biomecánica manifestada como ensanchamiento radiográfico del espacio ligamentario, incremento de movilidad dental sin pérdida de inserción evidente, y en casos severos, potencial pérdida ósea vertical localizada y formación de defectos óseos angulares en dientes con mayor sobrecarga oclusal.
El manejo del bruxismo requiere un enfoque multidisciplinario que combine estrategias de protección tisular, modulación de factores perpetuantes y, cuando sea apropiado, intervención sobre factores causales identificables:
Las estrategias de protección tisular incluyen dispositivos oclusales (férulas), idealmente confeccionados en acrílico duro, con espesor óptimo de 2-3mm y diseño que proporcione contactos bilaterales simultáneos en posición de relación céntrica. Estos dispositivos no «curan» el bruxismo, pero redistribuyen fuerzas, reducen actividad electromiográfica mediante efectos propioceptivos, y principalmente, protegen estructuras dentarias y articulares. Los diseños contemporáneos incluyen variantes específicas como férulas de estabilización, reposicionamiento anterior o dispositivos nociceptivos.
La terapia conductual cognitiva ha demostrado eficacia significativa, especialmente para bruxismo diurno, mediante técnicas como biofeedback electromiográfico, estrategias de consciencia plena (mindfulness), e inversión de hábitos mediante técnicas como «labios juntos-dientes separados». La evidencia actual sugiere que estas intervenciones pueden reducir hasta un 50-65% la frecuencia de episodios bruxistas diurnos.
Las intervenciones farmacológicas incluyen relajantes musculares de acción central como ciclobenzaprina para episodios agudos, aunque su uso crónico no se recomienda por efectos adversos y tolerancia. La toxina botulínica tipo A, inyectada en maseteros y temporales, ha mostrado resultados prometedores en casos refractarios, reduciendo la intensidad de contracciones involuntarias sin paralizar completamente la función masticatoria normal. Dosis típicas oscilan entre 25-60 unidades por músculo, con efecto terapéutico durante 4-6 meses.
En casos con comorbilidades del sueño significativas, la optimización de la higiene del sueño, terapias de relajación previas al descanso y, en casos seleccionados, medicamentos como clonazepam a dosis bajas (0.25-0.5mg) pueden considerarse bajo estricta supervisión médica especializada.
Las líneas de investigación contemporáneas incluyen aproximaciones innovadoras con potencial aplicación clínica a corto y mediano plazo:
Sistemas de biofeedback portátiles con capacidad de detección de episodios bruxistas y emisión de estímulos vibratorios subliminales han mostrado resultados preliminares prometedores, logrando reducciones de 30-40% en frecuencia de episodios durante estudios piloto. Estos dispositivos, basados en algoritmos de reconocimiento de patrones EMG, representan una alternativa menos invasiva para modificación conductual durante el sueño.
El papel de la inflamación neurogénica y sensibilización central como mecanismos perpetuantes del bruxismo en pacientes con disfunción temporomandibular concomitante constituye un área de intensa investigación. Biomarcadores salivales como sustancia P, interleucina-8 y factor de necrosis tumoral alfa muestran correlaciones preliminares con severidad de bruxismo, sugiriendo potenciales dianas terapéuticas futuras.
La relación bidireccional entre trastornos respiratorios del sueño (particularmente apnea obstructiva) y bruxismo ha ganado relevancia, con evidencia emergente sugiriendo que hasta 25-30% de pacientes bruxistas presentan eventos respiratorios anormales precediendo episodios de RMMA. Esta asociación podría explicar la resistencia terapéutica en subgrupos específicos y justificaría screening respiratorio en casos refractarios.
La aplicación de técnicas avanzadas de neuroimagen funcional, como resonancia magnética funcional y magnetoencefalografía, está proporcionando información inédita sobre circuitos cerebrales implicados en la génesis del bruxismo, identificando potenciales biomarcadores neurológicos y abriendo perspectivas para intervenciones neuromodulatorias no invasivas como estimulación magnética transcraneal o estimulación transcraneal de corriente directa.
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