
En odontología, el término queratosis se refiere a un engrosamiento anormal de la capa de queratina en el epitelio escamoso estratificado de la mucosa oral. Este fenómeno, conocido también como hiperqueratinización, da lugar a lesiones blanquecinas (placas o parches blancos) que no se desprenden al raspado y representan una respuesta adaptativa o patológica del epitelio ante diversos estímulos. Técnicamente, es un aumento del estrato córneo por proliferación y diferenciación exagerada de los queratinocitos, lo cual confiere a la lesión su apariencia blanca característica.
Desde el punto de vista clínico, la queratosis oral reviste gran importancia en la odontología moderna debido a que muchas lesiones blancas de la boca corresponden a procesos queratósicos. Estas lesiones pueden variar desde cambios benignos y reactivos hasta trastornos potencialmente malignos que requieren vigilancia. La diferenciación entre una queratosis inofensiva (por ejemplo, una queratosis friccional debida a trauma) y una lesión precancerosa (como una leucoplasia con displasia) es fundamental para la prevención del cáncer oral. En la práctica odontológica actual, la identificación temprana de áreas de queratosis y su adecuado manejo permite interceptar cambios premalignos en la mucosa oral, dado que ciertas formas de queratosis oral se asocian a riesgo de transformación a carcinoma escamocelular. Por ello, las queratosis orales son un hallazgo frecuente en los exámenes bucales de rutina y su correcta evaluación contribuye a la vigilancia de la salud oral y a la prevención del cáncer.
Formas clínicas de queratosis oral: Existen diversas manifestaciones clínicas de queratosis en la boca, entre las cuales destacan la queratosis friccional, la queratosis actínica (queilitis actínica) y la leucoplasia queratósica. Cada una presenta características particulares en cuanto a etiología, aspecto clínico e implicaciones:
Es la forma de hiperqueratosis oral más común y se produce por irritación mecánica crónica. La fricción repetida de baja intensidad (por ejemplo, por bordes dentarios afilados, dientes fracturados, prótesis mal ajustadas o hábitos como morderse las mejillas) estimula una producción excesiva de queratina como mecanismo defensivo del epitelio. Clínicamente se observa como una placa blanca bien delimitada, de superficie generalmente lisa o ligeramente rugosa, que suele aparecer en zonas de roce crónico: mucosa yugal a la altura de la línea de oclusión (la llamada línea alba), bordes laterales de la lengua, labios o rebordes edéntulos en portadores de prótesis removibles. Estas lesiones blancas reactivas son asintomáticas, no se desprenden al raspado y muestran una clara relación causa-efecto con el agente irritante. Un rasgo distintivo es que tienden a remitir espontáneamente al eliminar el factor causal, típicamente desapareciendo en 1 a 3 semanas tras cesar el trauma crónico. Histopatológicamente, la queratosis friccional muestra hiperplasia epitelial con hiperqueratosis (a menudo ortoqueratosis, es decir, queratina sin núcleos) y ausencia de displasia epitelial; es un hallazgo benigno y puramente reactivo. De hecho, este tipo de lesión no tiene potencial de malignidad apreciable. Por definición, cuando se identifica la causa traumática y la lesión desaparece al removerla, no se considera leucoplasia. (Si una lesión inicialmente atribuida a fricción persiste a pesar de eliminar el factor irritante, entonces debe reclasificarse clínicamente como leucoplasia idiopática para su estudio). En el diagnóstico diferencial de las placas blancas orales, la queratosis friccional se distingue de otros procesos como el liquen plano, el nevo blanco esponjoso o la leucoplasia verdadera, por su localización típica y la presencia de un agente irritante identificable.
Es una forma de queratosis causada por la exposición crónica a la radiación ultravioleta, que afecta principalmente el labio inferior. Se considera equivalente en la mucosa labial a la queratosis actínica cutánea y, por tanto, un trastorno precanceroso de alto riesgo. Clínicamente, la queilitis actínica suele manifestarse con áreas difusas de resequedad, despigmentación o decoloración blanquecina-grisácea en el bermellón del labio, a menudo mezcladas con zonas eritematosas, fisuras o costras. El borde entre el labio y la piel puede aparecer borrado. La superficie puede palparse áspera o escamosa, reflejando la hiperqueratosis. Los pacientes típicamente refieren antecedentes de trabajo al aire libre prolongado (exposición solar crónica) y la lesión aparece en edad media o avanzada. Histológicamente, la queratosis actínica del labio presenta epiteliopatía actínica: hiperqueratosis con áreas de displasia epitelial variable (puede oscilar de leve a severa) junto con elastosis solar en el tejido conectivo subyacente (degeneración de fibras colágenas por el sol). Debido a estas alteraciones, la queratosis actínica labial conlleva un riesgo significativo de progresión a carcinoma escamocelular del labio. De hecho, la queilitis actínica se considera una lesión premaligna; estudios epidemiológicos muestran que un porcentaje notable de los carcinomas de labio inferior se originan sobre lesiones actínicas preexistentes. Por ello, la queratosis actínica requiere diagnóstico y tratamiento oportunos. En la clasificación de los trastornos orales potencialmente malignos, la queilitis actínica figura junto a la leucoplasia y la eritroplasia como lesiones precursoras de carcinoma.
El término leucoplasia oral designa a una placa o mancha blanca crónica de la mucosa oral de causa desconocida, que no puede ser identificada como otra entidad clínica específica. En otras palabras, se trata de un diagnóstico por exclusión que requiere descartar previamente lesiones blancas de etiología conocida (como queratosis friccional, liquen plano oral, candidiasis hiperplásica crónica, nevo blanco esponjoso, leucoplasia vellosa por EBV, etc.). La leucoplasia se considera la lesión queratósica potencialmente maligna por excelencia en la cavidad oral. Clínicamente puede presentarse de formas diversas: desde placas blancas delgadas y homogéneas (leucoplasia homogénea plana) hasta variantes engrosadas, rugosas o con zonas rojizas (leucoplasias no homogéneas, como la forma verrugosa o eritroleucoplasia). Suelen ser indoloras y de crecimiento lento, detectándose con mayor frecuencia en adultos de mediana o avanzada edad, particularmente en fumadores crónicos (el tabaquismo está implicado en ~80% de los casos) y con predilección por ciertas localizaciones de riesgo (bordes laterales de la lengua, piso de boca y labio inferior son sitios donde es más probable hallar displasia o transformación maligna). A la exploración, la leucoplasia aparece como una placa blanca de superficie variable (lisa, fisurada o verrugosa), firmemente adherida (no desprendible), que persiste en el tiempo. Su histopatología es heterogénea: en un porcentaje importante de casos solo muestra hiperqueratosis y acantosis sin atipia (leucoplasia simple), mientras que en otros se observan distintos grados de displasia epitelial (leve, moderada o severa). La presencia de displasia indica alteraciones precancerosas en el epitelio (pleomorfismo nuclear, mitosis atípicas, desarreglo de la estratificación, entre otros hallazgos), lo cual confiere a la lesión un riesgo mayor de progresión a carcinoma invasivo. De hecho, el riesgo de transformación maligna de una leucoplasia oral se ha estimado en alrededor del 1–5% anual en promedio, aunque varía según factores clínicos e histológicos: las leucoplasias no homogéneas (con zonas rojas o aspecto verrugoso) y las que presentan displasia moderada/severa tienen una probabilidad significativamente más alta de malignizar en comparación con las formas homogéneas sin displasia. Una variante particular de leucoplasia es la leucoplasia verrucosa proliferativa, caracterizada por lesiones múltiples y extensas, de aspecto verrugoso, que tienden a resistir los tratamientos convencionales y muestran una tasa de transformación a carcinoma notablemente elevada. En suma, la leucoplasia representa una queratosis idiopática de curso impredecible: la mayoría son benignas en cuanto a comportamiento, pero un porcentaje no desdeñable puede convertirse en cáncer oral con el tiempo, por lo que todas requieren seguimiento. Cabe destacar que, dado su carácter clínico, “leucoplasia” no es un diagnóstico histopatológico en sí; tras la biopsia, el informe describirá la presencia o no de displasia y grados de hiperqueratosis, datos que guiarán el manejo.
Además de las tres formas principales descritas, en la mucosa oral pueden observarse otras lesiones queratósicas relevantes: por ejemplo, la estomatitis nicotínica (queratosis del paladar en fumadores de pipa o tabaco intenso, con paladar blanco grisáceo y puntos rojos correspondientes a glándulas salivales inflamadas), la queratosis por tabaco sin humo (lesión blanquecina arrugada en el vestíbulo donde se coloca el tabaco de mascar o rapé, generalmente reversible al cesar el hábito) y ciertas genodermatosis como el nevus esponjoso blanco (trastorno hereditario benigno que causa placas blancas engrosadas en mucosa yugal desde edad temprana). Estas entidades, si bien comparten la hiperqueratinización como rasgo común, tienen etiopatogenias y riesgos distintos. La estomatitis nicotínica, por ejemplo, raramente progresa a malignidad (salvo en el contexto particular de “fumar invertido” o tabaco reverso, que sí predispone a carcinoma del paladar). La queratosis por tabaco de mascar puede asociarse en casos crónicos a displasias leves focales y a un riesgo de carcinoma verrucoso en el sitio de colocación del tabaco. El nevus blanco esponjoso, por ser congénito y benigno, no conlleva riesgo maligno pero entra en el diagnóstico diferencial de las placas blancas. De esta manera, el odontólogo debe reconocer las diversas queratosis orales y ubicarlas en su contexto clínico, diferenciando las reactivas de las potencialmente malignas e incluso de las variantes hereditarias o infecciosas, para orientar adecuadamente su manejo.
La base biológica de la queratinización anormal en la mucosa oral reside en alteraciones en la dinámica del epitelio bajo distintos estímulos:
Ante un estímulo físico crónico como la fricción, el epitelio bucal entra en un estado de hiperplasia compensatoria. Las capas basales y espinosas aumentan su actividad mitótica y aceleran la maduración de los queratinocitos, llevando a un estrato córneo engrosado. Este proceso es análogo a un callo en la piel: la irritación mecánica persistente activa vías de señalización en las células epiteliales (por ejemplo, mediadores de estrés mecánico, producción local de citocinas, etc.) que resultan en una queratinización aumentada como mecanismo de defensa. El resultado microscópico es una hiperqueratosis que puede ser ortoqueratósica (queratina compacta sin núcleos, típica de fricción) o paraqueratósica (con núcleos retenidos en el estrato córneo), junto con hiperplasia acantósica subyacente. Importante es señalar que, en la queratosis friccional, no se producen alteraciones genéticas ni atipias celulares significativas; la arquitectura celular permanece ordenada. Esto explica su naturaleza benigna y la ausencia de progresión maligna. No obstante, se ha debatido si la irritación crónica podría actuar como cofactor en la carcinogénesis oral al crear un entorno de proliferación constante. Si bien la queratosis puramente traumática no se considera precancerosa, lesiones inicialmente reactivas podrían acumular daño si persiste la agresión durante años. Por ello, algunos autores sugieren que los sitios de irritación crónica prolongada constituyen un “terreno fértil” sobre el que, sumados otros carcinógenos (como tabaco), pudiera desarrollarse un cáncer con el tiempo. En cualquier caso, la remoción del estímulo elimina la causa y suele normalizar el epitelio, evidenciando que el componente biológico principal en la hiperqueratosis friccional es de naturaleza reversible y adaptativa.
En contraste, las queratosis asociadas a carcinógenos (como la leucoplasia idiopática o la queilitis actínica) involucran alteraciones moleculares y celulares acumulativas en los queratinocitos. Los factores etiológicos – principalmente el tabaco, el alcohol y la radiación UV – producen daño genético directo e indirecto en el ADN de las células basales del epitelio. Por ejemplo, la irradiación solar crónica en el labio causa mutaciones en genes supresores de tumores como TP53 y genera cambios degenerativos en la lámina propia (elastosis solar), debilitando los mecanismos de reparación y favoreciendo una displasia actínica. En la leucoplasia, las sustancias carcinogénicas del tabaco (nitrosaminas, benzopirenos, etc.) o del betel masticado inducen mutaciones genéticas y epigenéticas en focos celulares de la mucosa, llevando a clonas de queratinocitos alterados que proliferan de forma aberrante. La displasia epitelial refleja precisamente esos cambios: pérdida de control sobre el ciclo celular, aumento de la tasa proliferativa y alteraciones en la diferenciación de los queratinocitos (queratinización individualizada de células inmaduras, mitosis suprabasales, variaciones en la polaridad celular, etc.). Biológicamente, la displasia representa un estado premaligno porque las células acumulan mutaciones (p. ej., inactivación de genes supresores de tumor, activación de oncogenes) que les confieren ventajas proliferativas y las acercan progresivamente al fenotipo maligno. Estudios moleculares han identificado en lesiones leucoplásicas con displasia frecuentes mutaciones de TP53 (gen supresor clave) y pérdida de heterocigosidad en regiones cromosómicas como 3p y 9p, cambios asociados a un incremento significativo en el riesgo de transformación maligna. Asimismo, se han detectado sobreexpresión de proteínas relacionadas al ciclo celular (como ciclina D1, p63) y elevación de marcadores de progresión tumoral (metaloproteinasas, VEGF, etc.) en queratosis displásicas que terminan convirtiéndose en carcinoma. Todos estos hallazgos científicos respaldan la idea de que las queratosis precancerosas son lesiones clonales impulsadas por alteraciones genéticas acumuladas bajo la influencia de carcinógenos ambientales.
Los agentes físicos y químicos externos modulan de forma importante la biología de la mucosa oral queratinizada. La radiación ultravioleta induce formación de dímeros de pirimidina en el ADN y estrés oxidativo, desencadenando mutagénesis en las células del vermellón labial expuestas (mecanismo central en la queilitis actínica). El resultado es una displasia solar que puede avanzar a carcinoma in situ y eventualmente a carcinoma invasivo de labio si no se interviene. Por su parte, el tabaco ejerce un doble efecto: por un lado, el calor y los irritantes del humo causan hiperqueratosis reactiva (como se ve en el paladar de fumadores); por otro lado, los numerosos carcinógenos promueven displasia y neoplasia. De hecho, muchas leucoplasias en fumadores presentan solo hiperqueratosis sin displasia, y remiten al dejar el hábito, evidenciando un componente reactivo; sin embargo, otras desarrollan atipias pese a la supresión del tabaco, indicando daño molecular irreversible en ciertos focos celulares. El alcohol por sí solo no genera queratosis, pero potencia la penetración de carcinógenos en la mucosa y su consumo crónico se asocia a mayor riesgo de cáncer oral, por lo que en lesiones queratósicas actúa como cofactor. La irritación química por sustancias cáusticas o hábitos como el uso de enjuagues alcohólicos fuertes también pueden producir leucoplaquias localizadas (p. ej., leucoplasia nicotínica inversa en encía por colocar tabaco húmedo). En suma, los factores ambientales modulan la biología epitelial: estímulos leves y constantes inducen hiperqueratosis protectora; estímulos oncogénicos crónicos propician displasia y eventual malignidad. De ahí la importancia de abordar los factores de riesgo en pacientes con lesiones queratósicas.
No todas las queratosis orales conllevan el mismo riesgo biológico. Como se indicó, la queratosis friccional simple carece de potencial maligno intrínseco, pues no implica mutaciones precancerosas sino un epitelio funcionalmente normal respondiendo al trauma. En cambio, lesiones como la leucoplasia o la queilitis actínica ya tienen alteraciones pre-neoplásicas y por tanto un cierto riesgo de progresar a carcinoma escamocelular invasivo con el tiempo. Este riesgo es cuestionable o variable: la mayoría de leucoplasias no se transformarán, pero un porcentaje lo hará, especialmente si concurren factores de alto riesgo (displasia presente, localización en lengua/piso de boca, persistencia del hábito tabáquico, sexo femenino y leucoplasia idiopática en no fumadores, etc.). La queilitis actínica, por su parte, tiene un riesgo mayor de malignización que la leucoplasia homogénea, estimándose que una proporción significativa de casos evoluciona a carcinoma de labio si no se trata. Cabe mencionar que cuando una queratosis premaligna progresa, suele hacerlo pasando por la secuencia displasia → carcinoma in situ → carcinoma invasivo. Un carcinoma in situ en la mucosa oral se manifiesta todavía como una placa queratósica (blanca o eritroqueratósica) pero histológicamente ya muestra displasia que abarca todo el espesor epitelial; llegado este punto, la lesión ha dejado de ser una “queratosis” en sentido estricto para considerarse neoplasia intraepitelial (etapa previa a la invasión). Biológicamente, la distinción es crucial: mientras una hiperqueratosis reactiva es reversible, una displasia severa o carcinoma in situ ya representa neoplasia establecida con alto riesgo de invasión a tejidos subyacentes. Por tanto, desde la perspectiva científica, las queratosis orales engloban un espectro que va desde una adaptación benigna del epitelio hasta un carcinoma intraepitelial incipiente; su correcto reconocimiento y clasificación (benigna vs. displásica) permite estimar su potencial de malignidad y definir la conducta a seguir.
El abordaje de las lesiones queratósicas en la clínica odontológica comienza con una historia y examen minuciosos. Ante cualquier placa blanca en la mucosa oral, el odontólogo debe realizar una inspección visual detallada, palpación suave de la lesión y registro de sus características: tamaño, forma, localización, textura superficial (lisa, verrugosa, ulcerada), delimitación de bordes y presencia de zonas eritrematosas asociadas. Un paso inicial importante es determinar si la lesión se desprende o no al raspado con una gasa o abatelenguas; aquellas que se desprenden parcial o totalmente sugieren diagnósticos diferentes (por ejemplo, candidiasis pseudomembranosa o restos de mordedura), mientras que las queratosis verdaderas no se eliminan al raspar. También se interrogará al paciente sobre factores locales: presencia de irritantes mecánicos (dientes rotos, bordes cortantes, ortodoncia, prótesis), hábitos parafuncionales (morderse la mejilla, mascado de tabaco) o exposición solar en caso de lesiones labiales. Si se identifica un posible factor traumático asociado a una placa blanca, se instruye al paciente en eliminarlo (por ejemplo, alisar el diente causante, ajustar la prótesis, evitar morderse) y se programa una reevaluación en unas semanas para ver si la lesión remite. Esta conducta expectante es válida únicamente cuando la apariencia clínica es claramente benigna (lesión homogénea, plana, en zona de roce evidente) y el paciente no presenta antecedentes de riesgo importantes.
En lesiones queratósicas sin causa evidente, extensas, de aspecto irregular (no homogéneo) o persistentes tras eliminar el irritante, está indicada la realización de una biopsia para obtener diagnóstico definitivo. Generalmente se opta por una biopsia incisional (toma de una porción representativa de la lesión) en casos de lesiones grandes (>1 cm) o multifocales, o una biopsia excisional (extirpación completa) si la lesión es pequeña y accesible, lo cual sirve simultáneamente como tratamiento. La muestra obtenida se envía a estudio histopatológico con tinción de hematoxilina-eosina, donde el patólogo bucal evaluará el grado de hiperqueratosis, la arquitectura epitelial y la presencia y severidad de displasia epitelial o carcinoma in situ. Es fundamental que la biopsia incluya tejido epitelial completo con algo de tejido conectivo subyacente para valorar la invasión, si la hubiese. En adición al examen histológico rutinario, en ciertos casos se emplean tinciones especiales o estudios auxiliares: por ejemplo, técnicas de inmunohistoquímica para marcadores (p53, Ki-67, p16) que pueden aportar información pronóstica en lesiones displásicas, o tinciones PAS con digestión para evidenciar infección por Candida en lesiones leucoplásicas candidiásicas. No obstante, el diagnóstico principal se realiza mediante la evaluación clínica e histopatológica convencional.
Para complementar la detección de áreas sospechosas en la mucosa, se han propuesto métodos de ayuda diagnóstica en consultorio. Uno de ellos es la tinción vital con azul de toluidina, que consiste en aplicar este colorante sobre la mucosa tras enjuague con ácido acético: zonas con displasia o carcinoma tienden a retener el azul oscuro debido a su alto contenido de ADN, mientras que lesiones benignas lo eliminan con el enjuague. Una prueba positiva (retención focal del tinte) sugiere atipia y apoya la indicación de biopsia en ese sitio. Otro método es la citología exfoliativa o biopsia por cepillado, donde se recogen células superficiales de la lesión con un cepillo especial para analizarlas citológicamente; si bien una citología puede detectar células atípicas, su sensibilidad es limitada, por lo que un resultado negativo no excluye displasia. En la práctica actual, la biopsia incisional/excisional sigue siendo el estándar de oro para el diagnóstico definitivo de leucoplasias y queratosis de riesgo, ya que permite examinar la arquitectura tisular completa.
El tratamiento de las queratosis orales depende de la causa subyacente y del grado de riesgo identificado en el diagnóstico. En queratosis claramente reactivas (friccionales), la terapia consiste en eliminar el factor etiológico: se realizan ajustes oclusales, pulido de bordes dentarios filosos, rebasado o reemplazo de prótesis mal adaptadas, y se desalienta el hábito de morder tejidos blandos (en casos de morsicatio buccarum, a veces puede requerirse terapia cognitivo-conductual o dispositivos que impidan la mordedura). Una vez removido el irritante, suele bastar con vigilar que la lesión desaparezca; no es necesaria una intervención quirúrgica en la mayoría de estos casos. Si la hiperqueratosis traumática es muy engrosada o antiestética, podría optarse por un pulido superficial o una pequeña excisión, pero generalmente no es requerido. Lo más importante es la educación al paciente para evitar recurrencias (p. ej., reforzar la higiene de prótesis, controlar el bruxismo diurno que lleva a morderse las mejillas, etc.).
En las queratosis potencialmente malignas, el enfoque es más proactivo. Para lesiones con displasia confirmada (especialmente displasia moderada a severa), la recomendación habitual es realizar una extirpación quirúrgica completa de la lesión cuando sea factible. Esto puede lograrse mediante excisión con bisturí convencional o mediante cirugía láser de CO₂, que permite vaporizar la lesión con mínima hemorragia. La escisión quirúrgica de una leucoplasia busca eliminar el foco de células atípicas y prevenir la progresión a carcinoma; sin embargo, es importante advertir que la extirpación no garantiza al 100% que no vuelva a aparecer lesión (las tasas de recurrencia local pueden ser del orden de 10-30%, especialmente si quedan márgenes con cambios premalignos). En leucoplasias sin displasia o con displasia leve, el manejo es individualizado: muchos clínicos optan por la excisión preventiva también, especialmente si la lesión está en una zona de alto riesgo (lengua, piso de boca) o si el paciente tiene factores de riesgo continuos. Otros, en cambio, pueden manejar lesiones homogéneas y pequeñas sin displasia con observación periódica activa, dado que el riesgo inmediato de malignización es bajo. En este caso, se programa al paciente para revisiones clínicas cada 3 a 6 meses, evaluando cualquier cambio en la lesión; si en el seguimiento la placa aumenta de tamaño, modifica su apariencia (por ejemplo, desarrolla áreas rojas o ulceración) o persiste después de eliminar hábitos nocivos, entonces se reconsidera la biopsia o tratamiento quirúrgico.
Para la queilitis actínica, la terapia de elección dependerá de la severidad de la displasia y de la extensión de la lesión en el labio. Las opciones van desde tratamientos tópicos hasta cirugía. En casos leves (queilitis incipiente con displasia leve), se ha utilizado crioterapia con nitrógeno líquido para destruir las capas superficiales dañadas; también quimioterapia tópica con agentes como 5-fluorouracilo en crema o imiquimod (un inmunomodulador) aplicado sobre el labio durante varias semanas, lo cual produce descamación de las células atípicas. Estos tratamientos tópicos pueden lograr la eliminación de la lesión actínica, aunque suelen provocar una intensa reacción inflamatoria local durante su aplicación. Una alternativa más reciente en lesiones actínicas multifocales es la terapia fotodinámica, que consiste en la aplicación de un agente fotosensibilizador (p. ej., ácido 5-aminolevulínico) en el labio seguido de la activación con luz láser de longitud de onda específica, provocando la destrucción selectiva de células displásicas; este método ha mostrado resultados favorables en queilitis actínicas, con buenas tasas de respuesta sin cicatrices significativas. Cuando la queilitis actínica es extensa o presenta displasia moderada/severa, el manejo de elección suele ser quirúrgico mediante vermellonectomía (queilectomía): resección en labio inferior de toda la zona del bermellón afectada y reconstrucción mediante avance labial. Este procedimiento elimina de forma efectiva el epitelio actínico premaligno; se realiza con anestesia local (para resecciones limitadas) o en quirófano con anestesia general si la afectación es amplia. La vermellonectomía conlleva cierto riesgo de cicatriz o alteración estética, pero ofrece la máxima seguridad oncológica en lesiones avanzadas. Tras la cirugía, el seguimiento estrecho del paciente es esencial para detectar a tiempo cualquier signo de carcinoma invasivo en el borde de la cicatriz o en el tejido circundante.
Independientemente del método específico, un pilar del tratamiento de cualquier queratosis oral es la eliminación de factores de riesgo sistémicos: se insiste en la suspensión absoluta del hábito de fumar en pacientes con leucoplasias (muchas de estas lesiones regresan o reducen su tamaño al cesar el tabaco), la moderación en el consumo de alcohol, y la protección solar en quienes presentan queilitis actínica (uso de sombrero de ala ancha, fotoprotector labial con FPS alto). Sin la modificación de estos factores, las posibilidades de recurrencia o de aparición de lesiones nuevas aumentan considerablemente. En pacientes con sobreinfección por Candida sobre una leucoplasia (leucoplasia candidiásica), se indicarán antifúngicos tópicos o sistémicos para eliminar la candidiasis, ya que se cree que la infección crónica puede favorecer la displasia. Asimismo, lesiones asociadas a irritantes específicos (por ej., leucoplasia en contacto con restauraciones metálicas mal pulidas) requerirán la corrección del agente desencadenante además del tratamiento de la lesión.
Tras el tratamiento inicial (sea conservador o quirúrgico), se establece un plan de seguimiento periódico. Dado el comportamiento potencialmente multicéntrico de los trastornos premalignos (campo de cancerización), un paciente que ha presentado una leucoplasia o queilitis actínica debe ser evaluado regularmente de por vida, incluso si la lesión original fue removida con éxito. En cada control, se inspeccionará toda la mucosa oral y los labios en busca de nuevas áreas blancas, cambios pigmentarios, ulceraciones u otras anomalías. Cualquier cambio sospechoso amerita biopsia inmediata. Esta vigilancia continuada permite detectar recurrencias en etapas iniciales en las que aún son tratables.
En los últimos años, la investigación odontológica y biomédica ha aportado nuevas herramientas para mejorar el diagnóstico, pronóstico y manejo de las lesiones queratósicas orales, especialmente aquellas con potencial maligno. A continuación, se destacan algunas de las innovaciones y tendencias:
Se han desarrollado dispositivos de imagenología oral que ayudan a identificar cambios premalignos en la mucosa sin necesidad inicial de biopsia. Uno de ellos es la autofluorescencia tisular: equipos como VELscope® emiten una luz azul-violeta sobre la mucosa provocando autofluorescencia del tejido sano (de tono verdoso); en áreas con displasia o carcinoma, la autofluorescencia suele perderse por cambios en la matriz subepitelial, observándose como parches oscuros. Esto puede resaltar zonas sospechosas que a simple vista pasan inadvertidas, o delimitar mejor la extensión de una lesión queratósica para planificar la biopsia o cirugía. Otra técnica en estudio es la imágenes por coherencia óptica (OCT), semejante a un ultrasonido óptico, que penetra milímetros en el tejido y produce cortes transversales en alta resolución de la mucosa in vivo. La OCT permite visualizar el grosor epitelial y la arquitectura hasta la lámina propia: en lesiones hiperqueratósicas o displásicas se aprecia un epitelio engrosado, con capa superficial altamente reflectiva (por la queratina) y posible alteración de la unión epitelio-conectiva, lo que podría distinguirlas de mucosa normal. Asimismo, la microscopía confocal reflectante es investigada para examinar células y microvasculatura de la mucosa oral sin biopsia, pudiendo detectar atipias celulares in situ. Estas modalidades buscan complementar, mas no sustituir, a la biopsia, sirviendo como herramientas de screening y guía diagnóstica.
En el campo de la medicina de precisión, se exploran marcadores genéticos y moleculares que permitan identificar qué queratosis tienen mayor probabilidad de malignizar. Por ejemplo, la detección en muestras de biopsia de ciertas alteraciones genéticas (pérdida de segmentos cromosómicos 3p/9p, mutaciones de p53, sobreexpresión de ciclos celulares) puede estratificar el riesgo y orientar decisiones terapéuticas más agresivas en lesiones aparentemente inocuas pero molecularmente alteradas. Igualmente, se están buscando métodos de diagnóstico molecular en fluidos: la llamada “biopsia líquida” en saliva podría detectar ADN tumoral, microARNs o proteínas asociadas a displasia/cáncer oral, ofreciendo en el futuro una forma sencilla de monitorear pacientes con antecedentes de leucoplasia o queilitis actínica. Algunos estudios han encontrado firmas salivales diferenciadas en pacientes con cáncer oral y con lesiones premalignas, lo que abre la puerta a kits diagnósticos salivales para uso clínico, aún en fase experimental.
Con el auge de la inteligencia artificial, se han entrenado algoritmos de machine learning para clasificar imágenes de lesiones orales. En el contexto de queratosis, se investiga si sistemas de IA pueden distinguir, a partir de fotografías clínicas o imágenes de autofluorescencia, cuáles lesiones probablemente contienen displasia. Modelos preliminares de redes neuronales han mostrado capacidad para separar imágenes de leucoplasias vs. lesiones benignas con buena exactitud, e incluso para predecir la presencia de displasia a partir de características sutiles de la lesión captadas en fotografías estándar. Aunque esta tecnología está en desarrollo, en el futuro podría ayudar en la teleodontología y en la toma de decisiones, sugiriendo qué pacientes requieren valoración presencial urgente o biopsias, especialmente en entornos con difícil acceso a especialistas.
En el ámbito del tratamiento, además de las técnicas ya mencionadas (láser, terapia fotodinámica), se exploran quimioprevención y terapias dirigidas. La quimioprevención consiste en administrar fármacos para revertir o detener la progresión de lesiones premalignas. Se han ensayado retinoides sistémicos (derivados de la vitamina A) en leucoplasias extensas, logrando en algunos casos regresión clínica de las lesiones; sin embargo, los efectos secundarios y las altas tasas de recurrencia tras suspender el fármaco limitan su uso. Otros agentes como inhibidores de COX-2, antioxidantes o extractos nutracéuticos están bajo estudio por su potencial efecto preventivo en carcinogénesis oral. En lesiones con displasias severas o carcinoma in situ, se investiga el empleo de terapias dirigidas a dianas moleculares específicas (por ejemplo, inhibidores de EGFR) como complemento tras la cirugía, con miras a eliminar clones premalignos residuales en el campo mucoso. Por ahora, el pilar sigue siendo la cirugía local, pero estas estrategias podrían ganar espacio si demuestran eficacia en ensayos clínicos.
La actualidad enfatiza un enfoque proactivo en la prevención del cáncer oral a partir de lesiones queratósicas. Muchos países están implementando programas de cribado oral en poblaciones de riesgo (fumadores, alcohólicos, personas con exposición solar ocupacional) para detectar precozmente leucoplasias, eritroplasias u otras lesiones sospechosas. En la clínica, se recomienda registrar fotográficamente las lesiones queratósicas de un paciente y mapear su localización, facilitando comparar cambios en visitas sucesivas. La educación al paciente es primordial: quienes presentan queratosis oral deben comprender la importancia de los controles periódicos y de notificar cualquier cambio sintomático (dolor, endurecimiento, sangrado) o visible en su boca. Igualmente, las campañas de salud oral ahora incluyen mensajes sobre evitar conductas de riesgo: no fumar, moderar el alcohol, mantener una dieta equilibrada (las deficiencias nutricionales de hierro y folatos se han asociado a mayor susceptibilidad a displasias), y protegerse del sol. En el consultorio odontológico, el profesional juega un rol clave en la vigilancia activa: cada examen bucal de rutina es una oportunidad para detectar una queratosis incipiente. La integración de odontólogos en equipos multidisciplinarios de oncología contribuye a un seguimiento coordinado de pacientes con lesiones premalignas, asegurando intervenciones oportunas si surge un cáncer. Asimismo, guías recientes abogan por sistematizar la clasificación y manejo de las leucoplasias (por ejemplo, usando sistemas de puntuación de riesgo) para decidir si observar o tratar.
En síntesis, la definición odontológica de queratosis abarca desde reacciones hiperqueratósicas inocuas hasta lesiones precancerosas de la mucosa oral. Con los conocimientos actuales, el clínico debe abordar cada queratosis con rigurosidad diagnóstica, apoyándose en biopsias e integrando nuevas herramientas cuando estén disponibles, para estratificar su riesgo. Los principios biológicos subyacentes – equilibrio entre factores irritativos, mutaciones genéticas y diferenciación epitelial – explican el espectro clínico observado. Los avances tecnológicos y científicos auguran mejoras en la detección temprana (a través de métodos ópticos y moleculares) y en la prevención de la progresión maligna. No obstante, los fundamentos clásicos continúan vigentes: una evaluación clínica cuidadosa, confirmación histológica y eliminación de factores de riesgo seguirán siendo los pilares en el manejo de las queratosis orales en la práctica odontológica, con el objetivo último de prevenir la evolución hacia un cáncer oral y preservar la salud de la mucosa bucal.
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